Poco tiempo después, habiéndole dicho a su esposa con palabras genéricas
que sus súbditos no podían soportar esa niña nacida de ella, dando
instrucciones a un siervo suyo, se lo envió, y éste con rostro muy afligido le
dijo:
-
Mi señora, si no quiero morir debo hacer lo que
mi señor me ordena. Me ha ordenado que tome a esta hija vuestra y que... -y no
dijo más.
La señora, al oír estas palabras y ver el rostro del siervo, como se acordaba
de las palabras que le habían dicho, comprendió que le había ordenado que la
matase; por lo que tomándola en seguida de la cuna y besándola y bendiciéndola,
aunque sintiese un gran dolor en el corazón, sin cambiar de expresión, la puso
en brazos del criado y le dijo:
-Ten, haz cumplidamente lo que tu señor
y el mío te ha ordenado, pero no la dejes de modo que las bestias y los pájaros
la devoren, salvo si él lo mandase.
Tras tomar el siervo a la niña y hacerle saber a Gualtieri lo que la
señora había dicho, asombrándose éste de su firmeza, le mandó con ella a
Bolonia con una pariente suya, rogándole que, sin nunca decir de quién era
hija, la criase con diligencia y la educase.
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